Esta exposición tiene por finalidad presentar un aporte judío al diálogo teológico judeocristiano. Para ello nos vamos a concentrar en un aspecto que es fundamental en ambas religiones, la salvación de la humanidad, ya que tanto para el cristianismo como para el judaísmo la salvación del mundo pasa por la restauración del pueblo de Israel. A su vez, esta depende de la unión (o reunión) de las doce tribus del pueblo de Israel, que, como sabemos, actualmente se halla dividido en dos: la casa de Judá (los judíos de hoy) y la casa de Israel, es decir, “las diez tribus perdidas de la casa de Israel”. A modo de ejemplo, leemos en la profecía de Isaías lo siguiente:
Es demasiado poco que seas mi Servidor para restaurar a las tribus de Jacob y hacer volver a los sobrevivientes de Israel; yo te destino a ser la luz de las naciones, para que llegue mi salvación hasta los confines de la Tierra. (Is. 49, 6)
Aquí el profeta Isaías recibe de D”s una doble misión:
- restaurar las tribus de Jacob y traer a la tierra prometida a los sobrevivientes de Israel (la casa de Israel y la casa de Judá, según la tradición judía)
- ser luz de las naciones para que llegue la salvación de D”s hasta los confines de la Tierra, es decir, la salvación de los gentiles.
Ya en el siglo XII, Rabí David Kimji (Radak)[1] explicaba que la luz para los gentiles sería la Torá que saldría de Sión. No la Torá de Sinaí, sino una interpretación nueva de la perenne Torá de Sinaí. Las enseñanzas de esta nueva interpretación deberán ser puestas en práctica y ejecutadas.
En el Nuevo Testamento (NT), también queda claro que la redención se realiza con las doce tribus unificadas. Dirigiéndose a sus discípulos, Jesús afirma:
De cierto os digo que, en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en su trono de gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. (Mt. 19, 28 y Lc. 22, 30)
Por su parte, el apóstol Pablo, en su defensa ante Agripa, declara su esperanza en la redención de Israel de la siguiente manera:
Y ahora, por la esperanza de la promesa que hizo Dios a nuestros padres, soy llamado a juicio; promesa cuyo cumplimiento esperan que han de alcanzar nuestras doce tribus, sirviendo constantemente a Dios de día y de noche.” (Hch. 26, 6-7)
A su vez, el apóstol Santiago comienza su epístola dirigiéndose “a las doce tribus que están en la dispersión” (Sant. 1, 1). Finalmente, en el libro del Apocalipsis, leemos:
Y oí el número de los sellados: ciento cuarenta mil sellados de todas las tribus de los hijos de Israel.” (Ap. 7, 4).
Cuando el autor del Apocalipsis describe el descenso de la Jerusalem celeste, escribe que el muro de esta ciudad “tenía […] doce puertas; y en las puertas, doce ángeles y nombres inscritos, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel” (Ap. 21, 12). Por supuesto, los doce apóstoles representan a las doce tribus del pueblo de Israel.
Pasaremos ahora a considerar los principios teológicos básicos que unen y los que separan a judíos y a cristianos, quienes, de hecho, se sostienen en la misma concepción de base:
1) Ambos comparten las “reglas de oro”:
El “Escucha, Israel…” (Dt. 6, 4)
El “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv. 19, 18 y Mc. 12, 29-31)
2) Ambos sostienen la doctrina de la restauración del Reino a Israel (Hch. 1, 6)
3) Ambos poseen todas las características de la doctrina monoteísta:
Historia lineal y no cíclica.
Historia finita y no infinita de “este mundo”.
Intervención de D”s en la historia de la humanidad.
Redención colectiva (del pueblo) y no individual: “Todo Israel será salvo”. (Ro. 11, 26)
La fe en el fin de este mundo, en la destrucción del pecado y de la impureza, y en la aparición del “mundo por venir” (HaOlam HaBa)
4) Ambos coinciden en la concepción del libre albedrío.
5) Ambos creen en la venida del Mesías.
Sin embargo, ambos se consideran el verdadero Israel o Verus Israel en forma exclusiva y niegan este estatus a la otra parte, a la que consideran Esaú, el hermano mayor de Jacob (Israel) y enemigo de Israel. Los judíos se consideran a sí mismos el único Israel; por su parte, los cristianos desarrollaron desde el comienzo mismo del cristianismo (Justino Mártir, fines del siglo I) la doctrina del reemplazo del Israel antiguo, o sea, de los judíos y el judaísmo, y se autoimpusieron el estatus del Verus Israel.
Dadas estas posiciones diametralmente opuestas y en tanto buscadores de la verdad, en este caso de la verdad teológica, nos encontramos ante las siguientes alternativas:
1) Si los judíos tienen razón, los cristianos están equivocados.
2) Si la razón está en los cristianos, los judíos están equivocados.
3) Puede ser que las dos partes estén equivocadas
4) Es posible que ambos tengan, en principio, razón y que los dos constituyan partes del Verus Israel.
Aquí se va a sostener la tesis según la cual ambas concepciones tienen básicamente razón, aunque no totalmente, y que el pueblo de Israel de los últimos días estará formado por la unión de judíos y cristianos. Esto significa que se debe tomar conciencia de que existe un solo pueblo de Israel que marcha por dos caminos de salvación. Por consiguiente, se va a tratar de demostrar, a partir de los textos sagrados de ambas religiones, que cristianos y judíos conforman las dos casas del Pueblo de Israel. Por un lado, la de Judá, compuesta por las tribus de Judá, Benjamín y Leví, y por el otro lado, la de Israel, integrada por las diez tribus perdidas, más los gentiles que se les agregan.[2]
[1] Rabí David Kimji (Radak) (Provenza, 1160-1235), uno de los grandes exégetas bíblicos (AT).
[2] En realidad, las tribus son trece, porque la de José, que estaba en Egipto, quedó dividida entre sus dos hijos, Manases y Efraín.